A una Cuadra




    - ¿Nos vamos? – Me decía mi novia para iniciar nuestro recorrido diario.

Ella y yo nos veíamos de lunes a viernes, en los intermedios de clases en la universidad o cuando fuese posible. Una vez finalizado el día, la acompañaba hasta la estación de bus intermodal, ella vivía en las afueras de la ciudad. Salíamos juntos a tomar el autobús y veíamos la ciudad todos los días mientras platicamos de todo.

Nuestra ruta nos llevaba por zonas residenciales, calles vacías, mercados y barrios considerados peligrosos. El trayecto era tardado, casi una hora viendo subir y bajar a muchos pasajeros, el ruido y la indisposición era algo común. Siempre el colectivo se aglomeraba de gente, todo tipo de personas se podían ver, viejos, jóvenes, alegres, de mal humor y a veces hasta de temple sospechoso, algo con lo que se aprende a vivir.

Un mundo injusto donde la pobreza y la cultura han incidido a crear una jungla urbana. Luchar por tu propia supervivencia y aprender estar pendiente a cada instante de quien está cerca. Una ley de la selva dentro de la urbe de una sociedad caótica. Crimen y delincuencia eran como la basura que nos acostumbramos a ver en las calles, tratando de andar esquivo y evitar su paso lo más posible, hasta que fuese inevitable. Nadie podía realmente limpiar una suciedad al que se asimilaba como lo habitual.

Ya había sido víctima de situaciones inoportunas en anterioridad. A plena luz de mediodía, frente a la universidad, dos almas perdidas me vieron distraído y se abalanzaron hacia mí. No traía mucho conmigo, pero se llevaron lo que era posible. No estaba solo, estaba con mi novia, ella con los nervios colmados, casi al borde de las lágrimas, pero entre la desdicha, hubo suerte que no haya pasado a más.

Así era nuestra realidad, algo común para muchos a tal grado que ya ni pareciera algo malo, sino lo usual. Era cuando las situaciones se desarrollaban para lo trágico que se volvía a recapacitar de lo cruel y espeluznante que realmente es un mundo de fechorías.

En diversas ocasiones estos temas eran las pláticas de nuestra marcha, al ser testigos de gritos y momentos de suspenso al ver gente agitada por la posible presencia de algún malhechor o por algún acto de ratería. Este día sería igual, una señora agitada alzaba la voz para recriminarle al supuesto ladrón que clamaba inocencia, siempre lo hacían.

A falta de tres estaciones para llegar a nuestro destino, la dama aún indignada y haciendo ver su indisposición al conductor bajaba, todos la observaban mientras cruzaba la calle. Fue en ese instante que mis palabras cambiaron hacia mi novia.

- Eh, que sorpresa - Decía viendo al otro lado de la calle.
- Que pasa me preguntaba ella.

En sentido contrario estaban algunos autobuses en la estación opuesta, en uno de ellos un rostro que me era familiar se distinguía.

- En ese bus va un amigo mío – Le decía señalando el punto.

Luego explicaba, que realmente no fue muy cercano a mí, pero estudiamos juntos en la escuela por 5 años, un muchacho callado, pero ameno, no era el más aplicado en las clases, pero trataba de hacer su mayor esfuerzo. Tenía un par de años de ni siquiera saber de él, Luis Bollera, un apellido algo inusual y por ello así nos le llamábamos siempre.

Conté un par de anécdotas de las que tenía recuerdo y sonreí al evocar aquellos años pasados. Con mis cuentos había logrado que se olvidaran, al menos un poco, los momentos tensos que acababan de suceder mientras era nuestro turno de bajar.

Frente a la terminal de microbuses me despedí de mi novia, era viernes y este fin de semana no llegaría a visitarla en su casa. La abrace por un momento y la bese antes de que debiera marcharse. Ahora me tocaba buscar mi viaje al hogar.

Otros cuarenta minutos esperaban, sentado en un asiento de bus, viendo hacia las calles desoladas por el calor incandescente, aliviado por el viento que entraba por las ventanas abiertas y descansando después de un día alterado. Aun los recuerdos de mis días de escuela invadían y me daban calma.

Los conductores eran los que elegían si el viaje seria en silencio o con alguna estación de radio, canciones del ayer, del hoy, suaves, tristes o alegres, o bien el noticiario dando a conocer los acontecimientos y sucesos del día, pocos deseaban escuchar por su conglomerado de malos

Llegando a la zona donde vivo, recorrí muchas de mis memorias viendo los lugares cercanos al colegio, los sitios donde nos juntábamos a platicar después de clases, donde más de alguno se batió a golpes. Un pasado que ahora me llenaba de nostalgia. Un tiempo que no se valora, pero que cuando se ha ido deseamos vuelva, muchos viven tratando de vivir aun en ese periodo que no volverá.

Muy cerca de mi casa estaba la estación del bus, caminaba no más de 5 minutos hasta llegar. Al entrar dejé mi bolso de libros en una esquina, busqué un poco de agua y me senté para quitarme los zapatos, calientes por la baqueta hirviente por el sol.

Pocos minutos pasaron cuando alguien llamo a mi puerta. Creyendo que el destino hacía que cada detalle se ajustará perfectamente como una pieza de rompecabezas. La sorpresa llegó con rostros familiares, dos de mis compañeros más cercanos de escuela estaban esperando por mí, ya habían pasado buscándome una hora atrás pero no me habían encontrado. Coincidencias que tal vez no lo son.

- ¡Eh! Hermano – Gritó uno de ellos de lejos al verme.
- Muchachos, que casualidad verlos, venía recordando un poco de los tiempos de escuela.
A la sombra de un árbol nos recostamos a una pared, platicamos de lo que habíamos hecho en los últimos años y revivimos historias pasadas, les hablaba de lo que venía recordando sonriendo un poco de cada relato, pero antes de contar la razón que inició el brote de todo, uno de ellos dice.

- Es muy bonito que recordemos esos tiempos después de lo que ha pasado.
- ¿Que ha pasado? – Pregunté dubitativo.
- Por eso es que hemos venido, para contarte lo ocurrido.

Las sonrisas se tornaron en un silencio y un momento serio, yo no entendía lo que decían y con la mirada intentaba apresurar lo que me querían decir.

- Mataron a Bollera hace tres días.

Mostré mi consternación e incredulidad a lo que me estaban diciendo, parecía una broma del universo, o solo una mala casualidad. No quería mencionar lo que me había sucedido hace pocas horas, todo parecía haber ocurrido de una manera borrosa y dudaba hasta de mis propios pensamientos en ese instante.

Recordamos al que fue nuestro compañero en sus mejores momentos y era insólito creer lo que había ocurrido, no solo había muerto, había sido asesinado en una situación extraña. Según lo que se había escuchado, él junto a otros amigos estaban en una esquina cuando un asalto se perpetró a poca distancia, no dudaron en ayudar y uno de los asaltantes empezó a disparar, el único herido, Luis. Antes que se pudiera llamar a la ambulancia perdió la vida y los delincuentes huyeron del lugar.

Era increíble escuchar aquello, después que hace unas horas pensé verlo al otro lado de la calle. Mi mente estaba tratando de explicarse lo que estaba pasando y rápidamente quise creer que fui yo que me equivoque, que me confundí con alguien muy similar por la distancia. Estaba convencido que lo había visto, de no haber sabido que había muerto podría haberlo asegurado, pero es claro que no había sido así.

Ese fin de semana fue extraño, mi cabeza no podía asimilar todo lo que había sucedido, no quería decirlo a nadie, ni siquiera sabía qué pensar, no por posibilidad de que el alma de alguien que se fue había pasado a saludarme. Ya había escuchado historias de personas que creen que las ánimas se aparecen a aquellos que no saben de su muerte, pero yo nunca fue supersticioso; por lo que yo no podía creer esas ideas, no fue difícil de convencerme que fue una equivocación de mi parte.

Meditaba de la cruda realidad en la que vivimos y que mañana tal vez ya no estaremos aquí, no sabemos cuándo será que veremos el último día. Tal vez no por la delincuencia, sino por accidentes, situaciones súbitas incontrolables. Estar inseguros hasta en las cercanías de donde vivimos, no saber qué puede pasar, ni los peligros que nos rodean y siempre pensar que no es algo que nos vaya a ocurrir, sino solo a los demás. A Luis Bollera el infortunio lo encontró de manera injusta cerca de su hogar, a tan solo una cuadra.

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