- ¿Nos vamos? – Me
decía mi novia para iniciar nuestro recorrido diario.
Ella y yo nos
veíamos de lunes a viernes, en los intermedios de clases en la universidad o
cuando fuese posible. Una vez finalizado el día, la acompañaba hasta la
estación de bus intermodal, ella vivía en las afueras de la ciudad. Salíamos
juntos a tomar el autobús y veíamos la ciudad todos los días mientras
platicamos de todo.
Nuestra ruta nos
llevaba por zonas residenciales, calles vacías, mercados y barrios considerados
peligrosos. El trayecto era tardado, casi una hora viendo subir y bajar a
muchos pasajeros, el ruido y la indisposición era algo común. Siempre el
colectivo se aglomeraba de gente, todo tipo de personas se podían ver, viejos,
jóvenes, alegres, de mal humor y a veces hasta de temple sospechoso, algo con
lo que se aprende a vivir.
Ya había sido
víctima de situaciones inoportunas en anterioridad. A plena luz de mediodía,
frente a la universidad, dos almas perdidas me vieron distraído y se
abalanzaron hacia mí. No traía mucho conmigo, pero se llevaron lo que era
posible. No estaba solo, estaba con mi novia, ella con los nervios colmados,
casi al borde de las lágrimas, pero entre la desdicha, hubo suerte que no haya
pasado a más.
Así era nuestra
realidad, algo común para muchos a tal grado que ya ni pareciera algo malo,
sino lo usual. Era cuando las situaciones se desarrollaban para lo trágico que
se volvía a recapacitar de lo cruel y espeluznante que realmente es un mundo de
fechorías.
En diversas
ocasiones estos temas eran las pláticas de nuestra marcha, al ser testigos de
gritos y momentos de suspenso al ver gente agitada por la posible presencia de
algún malhechor o por algún acto de ratería. Este día sería igual, una señora
agitada alzaba la voz para recriminarle al supuesto ladrón que clamaba
inocencia, siempre lo hacían.
A falta de tres
estaciones para llegar a nuestro destino, la dama aún indignada y haciendo ver
su indisposición al conductor bajaba, todos la observaban mientras cruzaba la
calle. Fue en ese instante que mis palabras cambiaron hacia mi novia.
- Eh, que sorpresa -
Decía viendo al otro lado de la calle.
- Que pasa me
preguntaba ella.
En sentido contrario
estaban algunos autobuses en la estación opuesta, en uno de ellos un rostro que
me era familiar se distinguía.
- En ese bus va un
amigo mío – Le decía señalando el punto.
Luego explicaba, que
realmente no fue muy cercano a mí, pero estudiamos juntos en la escuela por 5
años, un muchacho callado, pero ameno, no era el más aplicado en las clases,
pero trataba de hacer su mayor esfuerzo. Tenía un par de años de ni siquiera saber
de él, Luis Bollera, un apellido algo inusual y por ello así nos le llamábamos
siempre.
Conté un par de
anécdotas de las que tenía recuerdo y sonreí al evocar aquellos años pasados.
Con mis cuentos había logrado que se olvidaran, al menos un poco, los momentos
tensos que acababan de suceder mientras era nuestro turno de bajar.
Frente a la terminal
de microbuses me despedí de mi novia, era viernes y este fin de semana no
llegaría a visitarla en su casa. La abrace por un momento y la bese antes de
que debiera marcharse. Ahora me tocaba buscar mi viaje al hogar.
Otros cuarenta
minutos esperaban, sentado en un asiento de bus, viendo hacia las calles
desoladas por el calor incandescente, aliviado por el viento que entraba por
las ventanas abiertas y descansando después de un día alterado. Aun los
recuerdos de mis días de escuela invadían y me daban calma.
Los conductores eran
los que elegían si el viaje seria en silencio o con alguna estación de radio,
canciones del ayer, del hoy, suaves, tristes o alegres, o bien el noticiario
dando a conocer los acontecimientos y sucesos del día, pocos deseaban escuchar
por su conglomerado de malos
Llegando a la zona
donde vivo, recorrí muchas de mis memorias viendo los lugares cercanos al
colegio, los sitios donde nos juntábamos a platicar después de clases, donde
más de alguno se batió a golpes. Un pasado que ahora me llenaba de nostalgia.
Un tiempo que no se valora, pero que cuando se ha ido deseamos vuelva, muchos
viven tratando de vivir aun en ese periodo que no volverá.
Muy cerca de mi casa
estaba la estación del bus, caminaba no más de 5 minutos hasta llegar. Al
entrar dejé mi bolso de libros en una esquina, busqué un poco de agua y me
senté para quitarme los zapatos, calientes por la baqueta hirviente por el sol.
Pocos minutos
pasaron cuando alguien llamo a mi puerta. Creyendo que el destino hacía que
cada detalle se ajustará perfectamente como una pieza de rompecabezas. La
sorpresa llegó con rostros familiares, dos de mis compañeros más cercanos de
escuela estaban esperando por mí, ya habían pasado buscándome una hora atrás
pero no me habían encontrado. Coincidencias que tal vez no lo son.
- ¡Eh! Hermano –
Gritó uno de ellos de lejos al verme.
- Muchachos, que
casualidad verlos, venía recordando un poco de los tiempos de escuela.
A la sombra de un
árbol nos recostamos a una pared, platicamos de lo que habíamos hecho en los
últimos años y revivimos historias pasadas, les hablaba de lo que venía
recordando sonriendo un poco de cada relato, pero antes de contar la razón que
inició el brote de todo, uno de ellos dice.
- Es muy bonito que
recordemos esos tiempos después de lo que ha pasado.
- ¿Que ha pasado? –
Pregunté dubitativo.
- Por eso es que
hemos venido, para contarte lo ocurrido.
Las sonrisas se
tornaron en un silencio y un momento serio, yo no entendía lo que decían y con
la mirada intentaba apresurar lo que me querían decir.
- Mataron a Bollera
hace tres días.
Mostré mi
consternación e incredulidad a lo que me estaban diciendo, parecía una broma
del universo, o solo una mala casualidad. No quería mencionar lo que me había
sucedido hace pocas horas, todo parecía haber ocurrido de una manera borrosa y
dudaba hasta de mis propios pensamientos en ese instante.
Recordamos al que
fue nuestro compañero en sus mejores momentos y era insólito creer lo que había
ocurrido, no solo había muerto, había sido asesinado en una situación extraña.
Según lo que se había escuchado, él junto a otros amigos estaban en una esquina
cuando un asalto se perpetró a poca distancia, no dudaron en ayudar y uno de
los asaltantes empezó a disparar, el único herido, Luis. Antes que se pudiera
llamar a la ambulancia perdió la vida y los delincuentes huyeron del lugar.
Era increíble
escuchar aquello, después que hace unas horas pensé verlo al otro lado de la
calle. Mi mente estaba tratando de explicarse lo que estaba pasando y
rápidamente quise creer que fui yo que me equivoque, que me confundí con
alguien muy similar por la distancia. Estaba convencido que lo había visto, de
no haber sabido que había muerto podría haberlo asegurado, pero es claro que no
había sido así.
Ese fin de semana
fue extraño, mi cabeza no podía asimilar todo lo que había sucedido, no quería
decirlo a nadie, ni siquiera sabía qué pensar, no por posibilidad de que el
alma de alguien que se fue había pasado a saludarme. Ya había escuchado
historias de personas que creen que las ánimas se aparecen a aquellos que no
saben de su muerte, pero yo nunca fue supersticioso; por lo que yo no podía creer
esas ideas, no fue difícil de convencerme que fue una equivocación de mi parte.
Meditaba de la cruda
realidad en la que vivimos y que mañana tal vez ya no estaremos aquí, no
sabemos cuándo será que veremos el último día. Tal vez no por la delincuencia, sino
por accidentes, situaciones súbitas incontrolables. Estar inseguros hasta en
las cercanías de donde vivimos, no saber qué puede pasar, ni los peligros que
nos rodean y siempre pensar que no es algo que nos vaya a ocurrir, sino solo a
los demás. A Luis Bollera el infortunio lo encontró de manera injusta cerca de
su hogar, a tan solo una cuadra.
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