Viaje Sideral




         Karen caminaba y caminaba, siempre viendo al horizonte buscando la delgada línea entre lo real y lo fantástico, creyendo ser un ave volando por los cielos, tocando el azul y la densidad. El día se hacía noche, y la noche día frente a sus ojos, las horas parecían detenerse mientras pasaban mucho más rápido, el tiempo no tenía sentido, hasta que el aire crudo le golpeaba y le hacía volver en razón.

Oscuridad y remordimientos la cobijaban en cada momento de coherencia, pero eso no le impedía querer salir, correr hacia las praderas y que la hierba verde fuese la cama suave que le ayudara a descansar, ver hacia las estrellas y respirar profundamente el cosmos para perderse en un sueño que le haría olvidar todo lo malo que la rodeaba. 

- ¿Qué es real? – Se preguntaba a sí misma.


La juventud le impulsaba a buscar la felicidad absurda e imaginaria, después de los días rutinarios, aburridos y abrumadores. Amistades que estaban ahí pero siempre distanciados, olvidados, alejados. La música alimentaba su espíritu en tonalidades galácticas y relajantes. Esa era la felicidad aparente, mas una falaz ventura halagadora.

Los pasos se hacían cada vez más cortos y el cuerpo pesado. El sol iluminaba menos cada día aunque lejos del solsticio invernal… Ilusión de una mente cada vez más displicente. Golpes abrumadores de lo existente. 

La sonrisa siempre presente para los cercanos, así evitar que se viera en sus ojos cristalinos la turbulencia de su vida, secretismo traslúcido; una verdad que era más evidente y cubría con su tórrida tempestad el velo de destrucción que se mostraba en su semblante demacrado.

Era el punto más alejado del acantilado, a la orilla del abismo dispuesta a saltar y dejar que el viento y las rocas desplazaran su alma del caparazón corpóreo. Cerrando los ojos a la brisa del mar que la llevaría al infinito y a la amnesia.

Pero una voz llego como un susurro, hablándole despacio al oído y acariciando su cabello, con algodón por almohada y la luz celestial de una madre que acompaña a su hija en cada momento de perdición. Llorándole al cielo, pidiendo por una oportunidad más entre esas paredes blancas y envueltas en silencio.

- Karen, mi niña, soy yo, aquí estoy – Le decía al ver los ojos abrir después de horas de angustia.
- Ya no quiero seguir, ya no – Entre un dolor más emocional que físico y una lágrima de conciencia.

Karen tiene veinticinco años, era solo una niña antes los ojos maternos, siempre lo será. El mundo la empujó hacia amistades que parecían sinceras; no es que fueran malas personas, pero todos estaban viviendo detrás de una máscara de humo que nublaba la pobre visión de la rozagante ignorancia imberbe. Escondiéndose bajo las risas falsas de las palabras secas de muda elocuencia, tras nubarrones del blanco polvo de tizas.

Ella empezó a sumirse unos años atrás en mundos clandestinos que la conducían al lóbrego porvenir. Copas de líquido que dejaron de saber a amargura y desconsuelo, exaltando el espejismo de grandeza y poder. Un camino que hace crecer una utópica realidad personal, pero que está llena de bufones riéndose con cada mal paso que se da hasta el abismo de la fosa final.

Ahora entre sábanas y suplicio volvía a ver la realidad que muchas veces toco a su puerta, la misma realidad que dejaba atrás por las manías y la insensatez. Esta vez, la realidad se veía más clara, sin velos, lavadas por las gotas de ojos que siempre la miraban y la cuidaban a pesar de las adversidades.

Siempre encontraba las mismas piedras con las que tropezaba una y otra vez, caminando descalza sobre los vidrios en el monte. Lacerante palpitar que motiva el sonar de los tambores estelares, cometas chocando entre si creando la atmósfera idónea para traslapar el oxígeno y expandir el límite del alcance corpóreo. Piel desnuda acariciando los astros, saltando por montañas de colores, cabalgando el unicornio de la devastación. 

Festejad el fin de la adolescencia, pero no aceptar que ha quedado atrás, danzar una, otra vez y tomar, tomar porque ahora si es posible, porque la ley ha previsto que la niñez ya no es impedimento para hacerlo. Nadar contra la corriente establecida por la familia e ideales aburridos, conservadores, ideales que solo son una prisión que quita la libertad de disfrutar los placeres de la vida.

- Ya no quiero seguir – Se decía una y otra vez.

Palabras que resonaban en su cabeza cada vez con más fuerzas, pero que su cuerpo aun no podía escuchar. La diversión se convirtió en debilidad y está en dependencia. Otra vez se sentía encerrada en una página blanca donde solo unas pocas líneas se miraban, un libro sin letras que ella quería llenar, pero sin llegar al final que todos ya veían venir. 

“Y después de tanto batallar, ya no pudo más. Ha sucumbido ante la Muerte. - Fin -”

- NOOO – Esta vez gritó, pero nadie escuchó.

La voz había quedado enmudecida, una garganta reseca y la vista aun perdida. Tratando de levantarse pero postrada, amarrada, abatida, derrotada. Medidas extremas, en situaciones que lo ameritan, ya la voz dulce de antes no fue lo suficiente. Paredes sin sonido le hablaban mientras la ansiedad estaba de juerga cuando por fin entraba el entendimiento.

- Buenas días Karen, ¿Espero estés mejor? - Le decían todos los días.
- ¡Buenos días! – Por fin contestó después de semanas. – Quiero salir de aquí.
- Claro, cuando tú realmente lo quieras. – Se escuchó antes de que la puerta cerrase.

Los días parecieron complicados para continuar, miradas ajenas que juzgaban un pasado que no comprenden. Voces escondidas culpando por los errores cometidos y que no se irán jamás. Pero todo eso no importa, pie firme y manos en lo alto junto al cariño, y esas palabras que siempre levantarán el ánimo.

- Hola mamá.
- Karen, mi niña. Aquí estoy. Estoy orgullosa de ti.

Han sido meses difíciles, pero fueron mucho peor los anteriores, esclavitud invisible con disfraz de regocijo. Oveja parda en la piel de un cordero criado por los carnívoros dientes del lobo viejo y sin fuerzas.

- Caminaré aun escuchando el aullido y el llamar de la luna para jugar con las estrellas a como antes. Aun siento el deseo, pero ya no quiero hacerlo.

Los susurros han dejado de ser voces leves que apenas se escuchan, ahora son risas que abrazan de verdad, ojos que te llenan de amor con un abrazo sincero lleno de ilusión y futuro. Una mano que guía por los senderos correctos y ojos que ven hacia el cielo sin buscar las órbitas astrales irreales, pero ver la aurora boreal de la esperanza. Respirar aire puro, con pulmones limpios y un alma renovada portadora de una vida nueva y mejor.

- Hola Karen ¿Quieres venir con nosotros?
- No, ya no. Mi viaje es ahora más largo, solo llevaré un poco de agua para la sed y lavar mis manos.

María sonríe y se va, Juana se detiene un momento sonriendo y voltea diciendo.

- Siempre estaremos aquí.
- Lo sé, no pretendo olvidarlo, así sabré que no debo ir.

Letras y palabras son ahora su camino, expande su imaginación entre libros, de poetas, de oradores, de trovadores y profetas. Historias de superación y clamor a la vida misma. 

Blanco y verde el pasado, lleno de turbulencias por esos mismos colores. Blanco el momento que no daba pista de la salida a tomar. Blanco ahora el futuro, pero por decisión de una conciencia, que estuvo atribulada pero ahora está limpia, deseosa de tomar la mano de una familia que la vio caer muchas veces y le brindó un apoyo incondicional para levantarse. Una madre que la sostiene para que no caiga y que el único viaje sideral sea a través de una película de ficción.

El pasado parece una carga muy pesada y a veces injusta para llevar. Los caminos equivocados siempre marcarán nuestro destino futuro, pero hay que aceptarlo, enfrentarlo y aprender a seguir, con determinación y con la cabeza puesta en el lugar correcto. 

- Mi niña, estoy orgullosa de ti. Y seguiré junto a ti aunque ya sea mi momento de partir.

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