Cándido Suspiro




        La miré fijamente a los ojos cuando dejamos de hablar, ella me veía sonriendo, yo contemplaba sus delicados labios, me acerque lentamente y nos disipamos en un beso impetuoso. Mis nervios estaban desbocados, confundidos entre la inquietud, el entusiasmo. El momento parecía inmejorable, todo se sentía perfecto, todo era una ilusión.

Era un momento irreal, un evento llegado de circunstancias que parecían insólitas para mí.  Situaciones que llegaron tan rápido y fuera de mi control. Un empuje que no lograba entender salía dentro de mí y confundía mi mente. Ahí estaba con ella en mis brazos, acariciando mi rostro intoxicado por el dulce aroma de su piel. Juntos en el silencio de la noche apacible arrullada por el eco de los latidos. No podía dejar de pensar cómo había llegado este momento.

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Desde muy joven tomé muy en serio mis responsabilidades, desde las obligaciones de mis años escolares, hasta los deberes con la familia y la sociedad. Mi formación era seguir el camino correcto, no el fácil; con sensatez, conciencia y buen juicio. Aun así, tenía mis propias convicciones y manera de ver la vida y el universo.

Mis mayores amistades fueron los libros, el estudio y los sabios consejos de mis padres. A pesar de los aires de misántropo que me rodeaban, también tuve muy buenos compañeros de clase, con quienes compartí muchos buenos momentos fuera del estudio. Desde mi niñez, jugando a la pelota en los recesos de clases o en alguna calle, en la adolescencia adornada de amores juveniles, la universidad donde el tiempo de diversión se opacaba por las noches de desvelo entre hojas y letras. Pláticas amenas, bromas y ayudas altruistas eran los momentos que llenaban los intervalos libres aliviando la tensión.

Todo tiene su punto de inflexión, tal vez por destino o por azar, por etapas que llegan a su fin. Aquellos compañeros empezaron a desaparecer, dejaron de estar a mi lado, a pesar que algunos viviesen en la proximidad. Pudo ser que no eran ellos, sino yo quien me había ido, no buscaba cercanía, no lo creía necesario, al menos eso me repetí por tanto tiempo que había decidido creérmelo. La verdad se oculta en los ojos del perceptor.

Los días eran una rutina, la vida de la adultez, confinado en un cubículo laboral cinco días a la semana,  a veces seis. Escuchar la voz de mando del jefe de turno, ojos abiertos y cabeza atenta para ascender y superarse a sí mismo, vencer en la vida. Colegas con voces agradables, escondiendo hipocresía a sus espaldas, hablando de más a los oídos que no quieren escuchar, preparados para atacar a traición si es necesario con tal de ser los victoriosos. No había podido ser amigo de la deslealtad hasta ese momento, sería difícil querer intentarlo a este punto.

Manejaba cada mañana del hogar a la oficina y de regreso por las tardes, esperando encontrar el tráfico relajado y no tener retrasos inesperados. Mi compañía era la particular música que aprendí a escuchar en mis tiempos de universidad, discordante para muchos, a mí me daba un poco de paz. Esperaba el cambio de luces en cada semáforo al ritmo de la tonada, veía a los vendedores ambulantes apresurarse de ventana en ventana y a los transeúntes moviéndose sin parar. Esos trayectos de asfalto se habían convertido en mis momentos de entretenimiento.

Mi existencia se había transformado en una especie de prisión del hábito y la costumbre, estaba cautivo en mi ocupación profesional, largos días, noches ineludibles desde casa, a veces fines de semana. Había dejado en un rincón escondido de mis pensamientos el concepto popular de ‘Vivir’, vivía en la inadvertencia sin verlo de tal manera, convirtiéndome en un autómata de la repetición; siempre lo había sido, y me repetía que no era significativo.

Con el pasar de los años empecé a ver mi vida como un rompecabezas, poniendo cada pieza donde correspondía en su momento, en su sitio debido, todo aparentaba estar completo, la imagen era clara, casi impecable, aun con gran área por cubrir y muchas piezas apiladas por utilizar para darle ese aspecto de obra terminada. Al principio entre tantas piezas no se consideran los faltantes, sino hasta que se va llegando a la conclusión, donde el espacio vacío y las piezas disponible no parecen cuadrar a simple vista. Pensar que un par de piezas entre miles serían insignificantes ante el arduo trabajo, pero últimamente necesarias.

No era una persona particularmente creyente de las religiones, pero a veces acompañaba y ayudaba a los vecinos en la recaudación de fondos para su iglesia. Constantemente realizaban ventas de platillos, bocadillos y dulces, domingos después del sermón llamaban a la comunidad a las afueras de la iglesia, donde se ubicaban las chozas improvisadas. Fue en una de estas actividades que me volví a encontrar con un viejo conocido.

- Tanto tiempo de no vernos Edmar ¿Cómo has estado? – Le dije al verlo.

Edmar había sido compañero de clases desde los años de colegio, pero que dejé de ver antes de iniciar la universidad. Ya era mucho tiempo el que había pasado sin hablar con él, parecía algo extraño dado que él vivía a unas pocas calles; las sendas pueden llevarnos tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de todos.

- No puedo quejarme mucho, no me ha tratado tan mal la vida. ¿Y tú qué tal? – Respondió con risa característica.

Él siempre había sido una persona alegre, el que siempre buscaba el lado positivo a las cosas y amigable con todos. Le gustaba la diversión y se consideraba un “Don Juan” de primera mano, soltero por decisión, así le daba espacio al cariño de múltiples doncellas que buscaban a su príncipe.

Hablábamos mientras miraba las opciones de almuerzo, había venido en busca de algo de comer, decía que normalmente no lo hacía, prefería cocinar a su gusto, pero hoy quiso hacer una excepción, además que la resaca se le notaba en la mirada golpeada por la luz del sol.

- Una buena sopa me va a ayudar – Era la frase que decía riendo del mísero malestar – ¿Puedo comer aquí?
- Claro, aquí tiene algunas mesas. – Contesté.

Preguntaba un poco de todo mientras esperaba sentado.

- ¿Qué has hecho? ¿Qué estudiaste? ¿Dónde estás trabajando?
- Lo mío es el comercio internacional, trabajo en una empresa que exporta productos locales.
- Se escucha algo prominente, yo trabajo para una empresa de energía alterna.
Su platillo llegaba a la mesa y a prisa dio el primer sorbo, aliviando la indisposición y dando su aprobación a la señora que estaba cocinando.

- Está muy bueno esto doña María.
- ¿Dónde queda tu oficina?
- Cerca del edificio Alfil, ¿Conoces?
- Yo paso frente a ese lugar todos los días, mi oficina queda a unos 300 metros en esa calle.
- Es algo extraviado desde aquí, debo tomar dos autobuses.
- Si quieres puedes venir conmigo, así te ahorras tiempo.
- No, no, no te preocupes, para mí no es problema moverme así.

Era algo lógico que no quisiera ir conmigo, no habíamos hablado en años, además tuve fama de presuntuoso y arrogante, era de poco hablar, me mantenía a veces aislado y mi semblante era notorio por la seriedad general. No soy la persona que muchos afirmaban, simplemente no quise corregirlos, me parecía cómico escuchar las cosas que se decían, algunos hasta temían de lo que yo no era, me era algo divertido.

- Deberíamos de salir a tomar algo un día, dame tu número de teléfono. – Me dijo una vez finalizó de comer.
- Sí, claro – Respondí algo dubitativo y a la vez buscando una de mis tarjetas personales.
- Fue un gusto volverte a ver.
- El gusto fue todo mío. – Respondí estrechando su mano como despedida.

Pasaron algunas semanas y en una mañana de viernes, mi teléfono sonó muy temprano. No lo escuché por estar en la ducha, pero vi la llamada al salir, un número desconocido al que regresé la llamada.

- Hola, buenos días.
- ¿Me han llamado hace poco desde este número?
- ¡Oh sí! Soy Edmar, disculpa que llame así, quería preguntar ¿Podrías darme un aventón hoy? Me quede dormido y me he atrasado.
- Claro, yo saldré en unos veinte minutos, puedes venir.

En ese viaje platicamos aún más que la vez anterior, recordamos muchas de las historias de niñez y adolescencia, él me consideraba como un viejo buen amigo más que un compañero, era una sensación agradable, reí de sus ocurrencias y conté lo que veía desde mi perspectiva en aquella época,  fue un momento de gran conexión entre los dos, algo que no sucedió en tanto tiempo que teníamos de conocernos. Fue un trayecto gratificante hasta que llegamos al punto donde él tendría que ir.

Antes de salir, vio hacia afuera y abriendo la puerta dijo:
- ¿Qué vas a hacer después del trabajo? Hoy es un buen día para salir, empieza el fin de semana.

Lo pensé por un segundo y con entusiasmo acepté la propuesta. Era un escape a mi manía diaria, sabía que podía librarme de las obligaciones al día siguiente y no perjudicaría nada. Quedamos que pasaría por él al final de la tarde e iríamos por unas bebidas.

Tome un poco más de lo que debía, pero valió la pena, me divertí aún más de lo que lo había hecho en muchísimo tiempo. Recorrimos lugares con ambientes placenteros, gente alegre bailando, cantando y terminamos en un mercado comiendo algo a la orilla de la calle en camino a nuestro vecindario.

- Hay que volverlo a hacer – Me decía con el bocado aun en su boca y los ojos entrecerrados.
- Claro, la próxima semana, si sobrevivo – Respondía riendo, pero sintiéndome fatal.
- Es un trato.
- Puedes venir conmigo el lunes, para mí no es problema llevarte, solo llega a tiempo,
- Esta bien – Dijo al poner su mano en mi hombro. – Ahí estaré a la misma hora.

Todos los días a las siete de la mañana esperaba a las afueras de mi casa para irnos, y ciertas tardes en días en los que nuestro horario concordaba, esperaba al otro lado de la calle de donde lo dejaba para regresar. De vez en cuando nuestro trayecto se desviaba por alguna copa cuando era posible.

Rápidamente pasaron los meses en esta nueva fase en la rutina, me sentía revitalizado, creí haber encontrado una de las piezas que hacía falta al acertijo de la vida. Pero aun había más que girar,  rebuscar los bordes similares pero confusos.

Un día de tantos el recorrido de regreso cambió, Edmar estaba en el mismo punto donde me esperaba, pero no estaba solo, lo acompañaba una mujer, a quien reconocí al momento de detener mi marcha.

- ¿Te molesta si ella viene con nosotros? – Preguntaba Edmar al abrir la puerta de atrás.

Una pregunta un tanto retórica a este punto que ella ya estaba adentro del auto. Aun, si yo no estuviese a favor de llevarla no era educado decirlo, pero no era el caso, no me molestaba ya que íbamos en la misma dirección.

- Ya conoces a Annia.
- La he visto, pero no tengo el gusto.
- Entonces los presento formalmente. – Decía riendo
- Un gusto en conocerte – Respondí viéndola a través del retrovisor.
- El gusto es mío – Me contestaba con una gran sonrisa – Gracias por llevarme.

Annia vivía en nuestro vecindario, una joven muy bella y cortejada por muchos, figura esbelta y hermosa como nadie. Yo sabía de ella, la había visto varias veces antes, ¿Cómo no notar una dama tan preciosa recorriendo los alrededores de mi cuadra? En el pasar de los años la encontraba al paso, en las calles, las tiendas, incluso de la mano de sus pretendientes, pero no nos conocíamos, ni cruzamos palabras hasta este punto.

Esa primera vez se hicieron dos, luego tres, y continuó… Ella se había convertido en viajante recurrente conmigo. Edmar era el que hablaba y se encargaba de guiar las pláticas, yo me concentraba en la carretera y el tráfico.  Su lado de ‘Romeo’ salía a flote cada vez era posible, ella reía, haciendo caso omiso, cambiando el tema, enfocada en su teléfono móvil.

Una nueva oportunidad de salir llegó al poco tiempo, ella nos acompañaría esta vez, iríamos a una discoteca nueva que ella había sugerido, abarrotada y con música contemporánea que no lograba asimilar. Entre ella y yo, habíamos hablado muy pocas veces, no sentía la confianza para abordarla, mi lado callado era el que siempre se presentaba al evento. Sin embargo su presencia no era inadecuada, al contrario me gustaba estar a su lado, admirando su belleza en silencio, en las afueras de su periferia.

La noche se hacía larga y mi tranquilidad disminuía ante las incesantes molestias de los presentes, empujones, gritos, irrespeto al espacio personal, traté de ser tolerante hasta que un tipo con un nivel de embriaguez elevado logró colmar mi paciencia. Trataba de ser una persona calmada en lo que fuese posible, pero en el fondo tenía un carácter un tanto hostil que pocos conocían. Levanté mi voz contra el hombre y mi enojo era más que notable, no era violento, pero no le temía a una confrontación física. El momento se tranquilizó por los acompañantes del tipo borracho, no buscaban problemas, menos peleas, sabían que el alcohol era el culpable del mal rato y solo lo alejaron del lugar.

Mis ojos, aún enfurecidos, buscaban serenidad en una madrugada perturbada, no lograba sosegar el enojo que sentía. Noté como Annia me miraba con sorpresa, tal vez con un poco de temor, Edmar trataba de apaciguar la situación, mientras ella no decía nada, solo me veía, sin apartar la mirada de mí. Pocos minutos después decidimos que era suficiente y lo mejor era partir del lugar.

Aquella riña modificó los eventos venideros, Annia me miraba distinto, me hablaba más, me preguntaba por cosas personales, hasta se interesaba en mi música. Empezó a escribirme y llamarme a mi teléfono, debió haberle pedido mi número a Edmar, pero no lo pregunté.

En una ocasión íbamos los tres camino a casa, esperando en un semáforo ella mencionó que se sentía estresada, al igual que antes Edmar trataba de bromear sacando sus dotes de galán.

- Amor de mi vida, no te preocupes, yo te daré un masaje de cuerpo completo.

Ella su teléfono en mano, solo rio indicado que siempre hablaba ‘disparates’. Tras algunos segundos recibí un mensaje suyo que decía. “De ti, sí lo acepto ¿Te animas?” Esta vez voltee para verla directamente, no a través del espejo, le sonreí con un ademán de aceptación.

Me llamaba para salir a comer, a veces regresamos solos, cuando Edmar no podía venir, algo que no sucedía anteriormente. Enviaba mensajes en medio de las noches cuando el sueño la eludía. Me pedía acompañarla en fines de semana que estaba sola y que saliéramos solos, sin decirle a Edmar.

El tiempo nos acercó, era indudablemente bella, pero ella tenía algo más que me cautivaba. Veía sus labios cuando me hablaba y anhelaba besarla, contemplaba su figura y deseaba envolverla en caricias. Los momentos a solas sin decir nada aumentaban, lo cual nos llevó a lo inevitable.
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No dejaba de pensar cada vez que la tenía en mis brazos, no podía dejar de sonreírle y besarla, pero había algo que no parecía ser correcto, no lograba comprender qué. Nos veíamos a veces a escondidas y no me gustaba, llegaba y se iba de mi casa casi como si fuese un fantasma. Había una parte de mí que no le importaban muchos esos detalles, me sentía bien cuando estábamos juntos y olvidábamos todo lo demás, sin embargo sentía que algo no estaba bien.

Había pasado ya un tiempo que no encontraba el confort en el romance, le di mayor importancia a otros aspectos de la vida, eso me distanció del cariño y la pasión. Con Annia era distinto, me sentía bien en su compañía, todo parecía encajar en una dimensión perfecta, aunque no sabía qué era lo que pasaba entre nosotros exactamente. Ninguna de las conversaciones que tuvimos contenía palabras que clarificaban lo que estaba sucediendo. Los silencios insinuaban mucho, pero no confirmaban nada, las suposiciones no tenían cabida, era necesario encontrar el orbe de algo concreto.

La falta de comunicación trae ideas sinuosas, los nubarrones mentales se aclaran con un poco de aire fresco y vientos de sinceridad. La luz del día trae consigo evidencias de la verdad en omisión. Era tiempo de identificar los parámetros y así lograr definir el área. Entre días de dudas y pensamientos enmarañados, antes de poder dar un paso en falso, los elementos se alinearon sin yo saberlo, era una coyuntura de imprevistos.

Edmar consiguió un nuevo y mejor trabajo, renunció y pronto su ruta iba a cambiar, eran los últimos días yendo juntos. Se veía ansioso y un tanto distraído, hablaba poco, algo opuesto a su usual forma de ser, las pláticas eran aleatorias y cortas, algunos temas llegaron de imprevisto, con alguna sorpresa.

- No sabía que Annia ahora es familia de Mateo, ¿Te acuerdas de él? – Mencionó Edmar
- Si lo recuerdo. Tampoco sabía que eran familia ¿Cómo es eso posible?
- Al parecer, el año pasado Annia contrajo matrimonio con el hermano mayor que vive en el extranjero.

El porqué de que las revelaciones aparecieran en ese momento, no lo sabía, por mi mente cruzó la idea que Edmar sabía lo que estaba sucediendo entre ella y yo, y eso no le parecía adecuado dado que él fue más cercano a Mateo, quizás lo decía por los constantes piropos que él le dedicaba sin respuesta positiva de ella, o quizás la paranoia me confundí, porque lo que decía me hacían dudar de la hipótesis sin fundamento.  

Finalmente entendía porque no me sentía bien con lo que pasaba, cierta desilusión me arropaba, aunque en el fondo no parecía de mucha importancia, no fluyeron mayores sentimientos de mi hacia ella, al menos no lo percibía de ese modo. Todo aparentaba ser tan solo un juego, yo no hice nada para no verlo de tal manera, solo seguí el curso de los pormenores.

Mi malestar era por las acciones que hice en contra de mi forma de ser tratando de buscar algo más de lo habitual. No hubiera dejado que nada de eso pasara de haber conocido los hechos de antemano. El mayor disgusto que tenía era hacia mí mismo, por haberme dejado llevar sin pensar adecuadamente. Son situaciones que suceden, el viento no siempre sopla e nuestro favor, fue un error y debía enmendarlo y dejarlo ir.

Al caer la noche el teléfono sonó, al ver escrito en la pantalla ‘Annia’ me sentía confundido, no sabía si contestar al no saber qué decir, me miraba en una encrucijada entre lo correcto y los actos del desconocimiento, acciones erróneas una vez la realidad fue evidente. La llamada se perdió ante mis ojos igual que mi voluntad de verla, pero no podía esconderme, ni huir del desacierto. El teléfono sonaba por segunda vez y esta vez sí contestaría.

- Buona sera – Fue mi respuesta.
- Hola, ¿Qué tal si vamos por algo de comer? – Me preguntó entusiasmada.
- Claro, llego por ti en quince minutos. – Contesté sin saber que hacer realmente.

Una escena que se repetía, tenía experiencia basta en reiteraciones. Mismas palabras, mismas hora, misma situación, solo las circunstancias habían cambiado, al menos para mí. Todo se volvía distinto, no quería que la llamada llegara, no quería escucharla, su voz se escuchaba diferente, ni siquiera quería comer a su lado.

Cada vez que iba a verla o salíamos juntos, no tenía dudas en ir, cierta emoción me llenaba, incluso me animaba, podría no exteriorizarlo con mi aspecto serio y mis vagas sonrisas, pero sentía una pizca de dicha. Esta vez ya no era así, todo se había esfumado, no iba con la misma esperanza de tenerla conmigo, por el contrario ya no quería verla nuevamente, solo una vez más para dejarlo claro.

Desde que finalizó la llamada veía las opciones y los posibles resultados en mi cabeza, lo que podía decir, la manera de expresarme. Mi espíritu estaba sereno, sentía molestia, pero no era suficiente para perder la compostura, lograba ver con claridad lo que debía hacer sin actuar abruptamente. Al fin encontré el lugar dónde estaba una de las piezas faltante, detrás de lo que ya existía antes, frente a mis ojos, lo que yo realmente era.

Llegó a mí con su sonrisa farsante, fuimos a una cafetería cercana, uno de los lugares que frecuentábamos en las noches de apetito. Compramos sándwiches, refrescos y regresamos al auto a comer, igual que las veces anteriores.

Hablaba entre bocados de algunas cosas que me costaba oír, no quería escuchar historias irrelevantes. En una de las pausas, poco antes que tocara regresar, decidí hablar del elefante en mi cabeza, no podía seguir escuchando, seguir pretendiendo que todo seguía normal.

 - Hoy supe que eres casada ¿Por qué no me lo dijiste? – Pregunté con seriedad.

Su sonrisa desvaneció de inmediato, con mirada esquiva respiraba un tanto nerviosa hasta que por fin logró articular la siguiente.

- Creí que ya lo sabías.
- De haberlo sabido las cosas no habrían llegado hasta este punto, creo que lo debes saber.

Las palabras ya no fueron necesarias después de ese momento, era la última vez que nos veríamos, ambos lo supimos. Sin decir más regresamos, me detuve frente a la puerta de su hogar y con una mirada que no había visto antes logró decir:

- Lo siento Franco, Adiós.

Abrió la puerta y se fue. Ese es el último recuerdo que tengo de ella.

Mi antigua rutina había vuelto, recorriendo las autopistas en soledad al sonido de la música, viendo el mundo caminante a mí alrededor, encerrado nuevamente entre cubículos y papelería. Los viajes de regreso a casa después del trabajo ya nos serían los mismos, me había acostumbrado a una falsedad agradable, una equivocación seductora.

Recuerdos persistentes volvían a mí, alusiones a cada instante cerca de aquellos dulces labios ajenos, envuelto en caricias ficticias perdidas en la oscuridad, un cariño aparente, pero imaginario y desleal. Memorias indómitas agitaban mi quietud, algo que sabía debía  erradicar de mis días, de mi mente, sumirme en el trabajo, lo considerado correcto, la costumbre y la amnesia del tiempo.

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