Las
vacaciones terminaron, diversión, salidas, películas, días largos de libertad llegaron
a su fin. La holgazanería y el exceso de botanas han hecho estragos en los ánimos
de volver al hábito laboral. Aun desganado me despierto al sonar de la alarma
en una mañana aún oscura. Siempre el retorno y los primeros días son los más difíciles,
sólo es retomar el ritmo.
El agua fría
corre y despierta el cuerpo aún soñoliento, a la espera que la calefacción relaje
el temblar al clima helado. Una camisa de larga manga y el saco azul completan
el vestuario antes de salir, pero hay un faltante, por ningún lado está mi
reloj. El tiempo corre y se hace tarde, no hay espacio para una búsqueda satisfactoria,
no es de importancia, luego será.
La mañana
transcurre entre reuniones y las tareas cotidianas, mi mente se concentra, pero
bifurcada rondando en el paradero de lo perdido. Caminando en regresión a los
eventos acaecidos analizo donde estará el reloj, con la sensación de que
realmente se ha perdido. Tal vez cayó en algún rincón de mi cuarto o lo habré dejado
en otro sitio, pudiera ser lo he extraviado.
Tantas
vueltas y tan pocas pistas, el día termina, la curiosidad del paradero se ha
vuelto una forma de entretención para una mente resolutiva, ha dejado de ser
por el objeto perdido, sino por descifrar enigma. Junto los detalles conocidos
y los posibles escenarios de solución, todo está sobre la mesa antes de volver
y revisar los puntos de viabilidad.
Una hora
he dedicado a la búsqueda exhaustiva y no he logrado encontrar nada. Las
opciones se reducen y la alternativa que encabeza la lista lógica es la pérdida.
Cada zona en mi apartamento ha sido girada y contemplada, los puntos pendientes
son cada vez menos y ya parece innecesario continuar, solo aceptar la evidencia
de lo irremediable. No obstante una pizca de esperanza queda rondando diciendo,
tal vez hubo un punto que quedó estático y justo ahí estará mi pertenecía, puede
que en algún momento aparecerá, lo más probable es que no.
Todos
desarrollamos apego hacia nuestras posesiones, no era diferencia conmigo. A
nadie le gusta perder algo, más si tienen algún valor sentimental, extrañamente
esta vez no sucedió conmigo. Lo llevé tanto tiempo conmigo y me agradaba la
finura de sus líneas y colores, pero el pasar del tiempo había desgastado atractivo,
ya había considerado cambiarlo y las circunstancias solo me empujaban a hacerlo
a la brevedad.
Los días
pasaron y sentía la ausencia de algo tan pequeño, pero que se vuelve esencial. Noto
la ligereza en mis manos al caminar, es algo tan ínfimo, pero pulsa los indicios
obsesivos compulsivos naturales. Aceptar que lo perdido no regresará y que se
debe adquirir el repuesto que llene la necesidad, el vacío. No he tenido
tiempo, no estoy seguro en hacerlo.
No había
buscado el reloj anterior, él me encontró, en la estantería de una tienda la
luz brilló contra su vidrio y me llamó a admirarlo seis años atrás. Un diseño distinto,
colores tenues y nocturnos asemejan mi vestuario. Mi gusto ha sido algo
peculiar, prefiero lo diferente, pero elegante, me alejo de lo común y lo
impuesto por la sociedad, sin buscarlo lo había encontrado.
Recorría
tiendas, escudriñando aquello que cumpla las especificaciones de la exigencia psicológica,
pero todo es tan usual. Es más fácil elegir entre poca variedad, pero había miles
de opciones y ninguna lograba satisfacer el capricho prolijo. Fue al punto del
cansancio que me vi en una disyuntiva frente a frente con el mismo modelo de
reloj que tenía, llenaba casi todos los estándares, solamente un deseo de
cambio quedaba fuera. Me fui con las manos vacías pensando en dar un poco de
tiempo al tiempo mismo.
Casi dos
meses habían pasado, ya todo quedaba en el olvido, puntos en la agenda que se
realizan y se pasa la página. La mente ocupada y el tiempo reducido con las
responsabilidades, hacen de los horas y los días tan solo un soplido. El cuerpo
tensionado pedía un momento desahogo y esparcimiento. Pensaba en ir a tomar
algo en algún bar, tal vez al cine, caminar por el parque, no lograba decidir pero
mientras tanto pasaría cenando en uno de mis restaurantes favoritos.
Al llegar
al restaurante un saludo cordial siempre esperaba, todos atentos y sonrientes.
Yo me había convertido en un visitante regular, a veces seguido, otras como
esta vez alejado, pero aun así siempre me recordaban y tenían un trato amigable
conmigo, siempre es apreciado.
La mayoría
de las ocasiones mi orden era la misma; carne de res marinada en salsa de vino,
arroz con champiñones y puré de papas. Parecía que era lo mismo que podía decir
y algunos meseros bromeaban a lo lejos preguntando - ¿Lo de siempre? – A lo que sonreía dando mi aprobación,
o me negaba para no parecer un tocadiscos averiado.
Al poco
tiempo que realicé mi pedido, una camarera que me había atendido amablemente antes
se acercó con una sonrisa y dijo:
- Hola señor, un gusto verlo de nuevo.
- Muchas gracias, ¿Qué tal has estado?
- Muy bien, gracias. La última vez que vino dejó
olvidado su reloj - Mientras lo ponía sobre
la mesa.
- Muchísimas gracias – Le decía viendo el reloj
con asombro.
- No es nada.
- Disculpa, ¿Cuál es tu nombre? Tantas veces que
he venido y no he tenido la cortesía de preguntar tu nombre.
- Mi nombre Jennifer.
- Es gusto Jennifer, soy Andrew.
- Mucho gusto en conocerlo.
- No me trates de ‘usted’ no soy tan viejo.
Ella se retiró
sonriendo y me dejó fascinado con lo que había hecho, admiraba la honestidad
que esa dama había tenido. A este punto ya ni recordaba, ni esperaba encontrar
lo perdido, mucho menos que alguien lo tuviese y me lo regresara casi dos meses
después.
Soy
amante de la filosofía y la ciencia, me gusta reflexionar sobre los súbitos
momentos fuera de nuestro control que desvían nuestros destinos. Es fascinante
como pequeñas acciones son capaces de generar grandes cambios, positivos o no en
nuestro futuro. Esta vez, un descuido me ha traído un momento grato.
Terminé
mi cena con gran ánimo y aún maravillado de lo inesperado, de esas sorpresas
que te estimulan de buenas energías y devuelven la esperanza que todavía existe
gente de bondad. Miré a todos lados y no logré verla nuevamente para agradecer
el gesto una vez más antes de marcharme, al parecer se había marchado ya.
Al salir,
me detuve a ver la calle y en eso ella salió por una puerta alterna del local, traía
una chaqueta celeste y el cabello suelto. Decidí aprovechar el momento y
acercarme.
- Hola, solo quería agradecerte nuevamente por el
reloj.
- Oh, no es nada, solo hice lo que es correcto.
- Pero fue mucho tiempo que lo guardaste, ni
siquiera recordaba que podía haberlo dejado aquí.
- Lo bueno es que ya lo tienes de vuelta.
- Déjame agradecerte el gesto que has tenido
conmigo llevándote. ¿Adónde te diriges?
- No, no te preocupes.
- Insisto. Dime ¿Dónde debes ir?
De tanto
insistirle, Jennifer no tenía más opción que aceptar. En el recorrido platicamos
un poco más, de la vida, trabajos, de todo un poco. Un par de desconocidos que
hablaban con una familiaridad casi irreal. Al principio le costó decir mucho,
pero al parecer necesitaba un poco de tiempo para encontrar la confianza. Ella
era elocuente, brillante y encantadora, con un pensamiento complejo que me deslumbraba.
Vivía
sola en un pequeño apartamento, mientras terminaba sus estudios de universidad.
Contaba de las dificultades que pasó al venir a la ciudad unos años atrás y
como confío en gente desconocida que la terminó perjudicando. Expresó tanto y mencionó
que le había costado tanto dejar salir lo que llevaba dentro, pero que sentía un
gran alivio hablarlo y no llevarlo más a cuestas.
Al llegar
a su edificio ella me invitó a tomar café, yo acepté sin dudarlo. Hablamos y
hablamos, contaba tantas historias con la que me pude sentir identificado. El
tiempo pasaba sin darnos cuenta por lo ameno que la estábamos pasando, pero se hacía
tarde, debía irme aunque no quisiera hacerlo. Me levanté y me despedí de ella agradeciéndole
por el café y la placentera ocasión.
- Buenas noches – Dije antes de salir.
Era
extraordinario como algo tan insignificante como un instante de olvido, me había
llevado a conocer a una mujer tan maravillosa. Me fui con una sonrisa, iba con
una alegría impensada, era justo el sosiego que necesitaba, mucho mejor que los
planes vacíos que tenía en mente para la noche.
Veía el
camino de regreso tan brillante por las luces de las calles, a pesar de la
hora, pero el tiempo ya no importaba, una hora perdida, una hora ganada, qué más
da si no se aprecia como es debido. El tiempo ya no era notable, en mi muñeca no
iba mi reloj, lo había dejado olvidado antes de salir del apartamento, lo sabía,
porque esta vez no fue un descuido.
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